Mi
nombre no es muy importante, solo estoy aquí contando de alguna manera como alguna vez estuve en tu lugar.
Lo que escribiré a continuación abrirá heridas que se estaban
sellando, llámenme masoquista si quieren pero me nace contarlo para que ninguna
mujer, niño o niña pase por lo que pasé. A veces incluso despierto con lágrimas
al recordar.
Durante
toda mi infancia hasta que tuve trece años viví en Colombia, mi país de origen. Allí la sociedad está gobernada por un maldito germen que al parecer nadie
quiere erradicar por miedo o resignación, la verdad es que nunca lo he
entendido. Desde siempre crecí con mi tía abuela, una mujer como diríamos allí
<<chapada a la antigua>>, ella era de las que decía que el deber de
la mujer será siempre complacer al hombre de la casa. Nunca estuve de acuerdo
con ella.
Desde que tengo consciencia siempre he tenido un libro en la mano,
cosa que me ayudó a observar la realidad desde otra perspectiva, más crítica,
menos conformista, nunca estuve de acuerdo con la mentalidad de mi tía abuela porque eso sería admitir
que era inferior a los hombres, no podía aceptarlo porque eso sería aceptar que
el marido de ella tenía excusa por golpearla, sobra decir que fue ese odio
hacía él lo que provocó mi rebelión hacía esa costumbre.
Jesús Rodríguez es el tipo más despreciable, en mi opinión, que existe sobre la faz de
la tierra, lo odié con todo mi ser y a pesar de que ahora ya no lo odio, cada
vez que escucho su nombre mi estómago amenaza con devolver su contenido. Mi
primer recuerdo de este espécimen porque no merece el título de hombre, es
golpeando a mi tía abuela, a veces escucho incluso el resonar de su puño en su
mejilla, una y otra y otra vez, solo porque su equipo de fútbol perdía, por
celos, no necesitaba un gran motivo para cerrar su mano, para levantar su
patada, para despreciar y dañar todo a su paso.
Cada
año que pasaba, iba creciendo una impotencia en mi al no tener la suficiente
fuerza para enfrentarlo, para quitarle su sonrisa mezquina, para al menos
protegerla a ella. Esta impotencia se fue acumulando transformándose en ira y
violencia que liberaba peleándome con todo aquel que se atrevía a levantarme la
voz, digamos que mi comportamiento en el colegio dejaba mucho que desear. En
casa las cosas seguían igual, eso que dicen las religiones de que el infierno
se vive después de esta vida si eres malvado no es cierto, que va, el infierno
se vive aquí en la tierra y el mío era en esa casa, un circulo dantesco que no
dejaba repetirse.
La
cosa más baja que he llegado a pensar y casi cometo fue la siguiente: una
tarde, yo volvía del supermercado de comprar algunas cosas, entré y lo encontré
a él golpeando a mi tía abuela con un machete, yo tenía ocho años y al ver esto
me dirigí sin ninguna vacilación hacía la cocina, tomé un cuchillo dispuesta a
apuñalar a ese hombre para evitar que la matara a ella, lo único que yo tenía. Antes de ir al salón, tomé el
teléfono fijo y marqué a la policía, no tuve ni que decir la dirección, habían
ido tantas veces que ya lo sabían de memoria, con esa determinación fui a toda
velocidad hacía él, levanté el cuchillo, él se giró y me lo quitó y a
continuación ignorando a mi tía abuela levantó su mano para golpearme, no llegó
a tocarme, en el segundo que levantó su
mano todos los amigos de aquel que se llamaba a si mismo mi padre se lanzaron en
mi defensa. En aquel momento no pasó nada, a pesar de que denunciamos a Jesús. Al parecer para proceder con una denuncia debes estar medio muerto.
Este
hecho me marcó, desde entonces estoy totalmente en contra del asesinato, tuve
que estar a punto de cometer uno para entender que en el mundo terrenal existe
la justicia, no hay que tomarla por nuestra cuenta, solo ganamos arruinarnos
nuestra vida por alguien que no merece eso si quiera.
Hoy
tengo diecisiete años, la vida misma me ha ayudado a madurar, y aceptar que lo
único que se necesita para alcanzar la justicia es luchar por ella, luchar con
esas personas que necesitan tu ayuda para enfrentar a alguien que es mucho más
débil, eso hicimos mi tía abuela y yo:
Tenía
doce años cuando ocurrió, Jesús llegó un día borracho buscando a mi abuela para
pegarle porque había perdido su trabajo y la culpaba por ello, yo al verlo, me
dije a mí misma con mi entonces jerga colombiana popular <<por esta que
hoy no la toca, primero me hago matar>>, me puse delante de él y le dije:
<<vea escoria, usted a ella no la va a tocar, primero tenes que pasar sobre mi cadáver>>, él me empujó, después me dio un puñetazo, yo caí
al suelo, no sé cómo, puede que fuera la adrenalina, me levanté de nuevo y lo
empujé, entonces pasó lo que creí que nunca creí que pasaría: mi abuela lo
llamó y cuando él se giró ella le clavó un puñal en su brazo, él cayó al suelo
sorprendido y asustado, se arrodilló y rogó que no lo matara, ella no tenía esa
intención, lanzó la navaja al suelo y le dijo al policía que estaba a mi
espalda que se lo llevara, sobra decir que lo denuncié por ese golpe, ese golpe
fue el que lo condenó.
No
justifico la violencia como acto de valentía, el <<navajazo>> que
le dio mi abuela a Jesús no es lo que me hace admirarla, lo que realmente me
hace llenarme de orgullo fue que ella rompió el silencio y lo confrontó,
entendió por fin que tanto mujeres como hombres merecemos respeto, igualdad,
nadie merece ser golpeado.
“Di no a la violencia de género, no
te quedes callado, denuncia, un amor que golpea no es amor”
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